Piensos del Autor

Entre el masoquismo y la esperanza: una crónica del voto.

Cuando terminé de llenar mis boletas una de las personas encargada de la casilla me dijo: “usted es el que más rápido ha votado”, a lo que le contesté: “es que no traigo acordeón, ni necesito tomarle foto a mis boletas después de haber votado”. 

Esto último lo dije en voz alta para que me alcanzara escuchar una persona que seguía tomando foto a sus boletas antes de meterlas a la urna. 

Llegué a mi casilla alrededor de las 11:30 de la mañana, estaba más bien sola. Mientra buscaban mi nombre en los cuadernillos de la casilla, para marcarme como “votado”, vi que prácticamente todos estaban vacíos, sin marca de “votado”.

Cuando salí de la casilla una señora que caminaba frente a mí sacó su celular para marcarle a alguien y le dijo “ya voté eh…”. Evidenciando que así había cumplido un compromiso con alguien. 

¿Por qué fui a votar? Comparto dos motivos, uno personal y otro que coincide con el de una pluma autorizada. 

El personal: A lo mejor por un sentimiento masoquista. Por el morboso deseo de querer estar presente mientras te roban algo valioso. O de querer comprobar (una vez más) que el alcance de mis acciones no ha bastado para contrarrestar la maldita realidad.

El que empata con la pluma autorizada, Jesús Ibarra Cárdenas: “Salir a votar dificulta manipular la elección: cada sufragio encarece el acarreo y evita la captura de cargos. Además, premia perfiles idóneos y descarta impresentables; con una baja afluencia un voto informado vale oro. Votar preserva el derecho a impugnar, exigir y sostener la crítica informada”. 

Pese a esta dosis de optimismo en haber ido a votar, no puedo perder de vista lo que publicó Jorge Volpi en su columna de ayer titulada “Autodestrucción”: “La discusión sobre votar o no se vuelve estéril, como durante el férreo corporativismo priista: las elecciones están diseñadas para que los ciudadanos movilizados por la 4T sean quienes decidan -sin saber, en la mayoría de los casos, ni por quiénes votan- cada uno de los cargos relevantes. Que unos cuantos ciudadanos independientes acudan o no a las urnas para enfrentarse a un examen imposible, será al cabo irrelevante”.

En fin, ya pasó este primer paso rumbo a la autodestrucción. Después de lamernos las heridas habremos de pensar qué vamos a hacer para tratar de meter reversa lo antes que se pueda. Porque estoy prácticamente seguro que “no haber ido a votar para no convalidar esta farsa”, no es el medio idóneo para lograr esa buscada reversa. Probablemente ayudará, porque demostrará el rechazo social a este paso rumbo a la autodestrucción, pero esa sola muestra de rechazo social no basta, debe de haber algo más. 

Acabemos de lamernos las heridas para trazar ese “algo más”. 

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