Apto para público en general

La Distopía del fin de los abogados (con y sin corbata)

Escribimos el presente artículo completamente en contra de la voluntad del que suscribe, y no porque haya motivos de objeción de conciencia ni mucho menos, sino porque se desea hacer el siguiente planteamiento: imaginar un mundo ficticio y distópico (sí, distópico, con todas sus letras), en donde los avances de la tecnología y de la ciencia sean tales, que la labor del abogado no sea necesaria… O al menos no con el protagonismo que al día de hoy ha tenido.

¡Ah, caray! ¿Y eso no contraría por completo el espíritu que le dio vida a los Abogados Sin Corbata? En definitiva, el panorama planteado no supera ni siquiera de manera más o menos periférica los abyectos derroteros de las novelas de ficción de Ray Bradbury, George Orwell y Aldous Huxley juntos.

Cualquier abogado millennial recién salido de la Facultad, o que apenas ha estado desenvolviéndose en el Foro, por lo general le resulta chocante escuchar o ver ciertas prácticas de los órganos jurisdiccionales y administrativos que contrarían por completo el espíritu tecnológico que ha caracterizado especialmente esta segunda década del Siglo XXI.

Y para muestra varios botones…

¿En qué cabeza cabe, por ejemplo, que al día de hoy tengamos que esperar meses para que recibir el informe justificado del Congreso de la Unión, en caso de haberlo señalado como autoridad responsable en un Amparo? ¿Por qué demonios debo esperar a que el expediente “salga de firma” para poder conocer los acuerdos del día?

No podemos negar que merece muchos -muchísimos- claps el hecho que, al menos en materia de amparo, sea posible usar la FIREL (firma electrónica) para imponerte de autos, presentar promociones y notificarte, sin tener ninguna necesidad de ir tú (o mandar al pasante) a tomarle fotos al expediente, o esperar a que el actuario llegue a tu oficina a entregarte el acuerdo que muchas veces se perderá en la montaña de escritos en el escritorio.

Por supuesto que en alguna ocasión hemos llegado a escuchar que gran parte de la labor del litigante consistía en transcribir los larguísimos contratos en máquina de escribir (¿máquina de qué?) para así poder presentar la demanda.

Más de algún despistado se estará preguntando qué es la FIREL, y no lo culpamos, máxime cuando parece ser que el mismo espíritu leguleyo, y más de la antigua usanza, parece como advertir una contradicción casi hasta biológica de todo lo que suponga reemplazar el papel de toda la vida a subir una cosa a la nube.

Muchas y muy buenas maneras tenemos los abogados hoy en día para poder ir implementando el uso de la tecnología en la oficina, que van mucho más allá de solamente poder subir los acuerdos y mandarlos al grupo de whatsapp, sino que supone también el uso de libros y revistas electrónicos o de blogs (como este), que nos ayuden a reforzar algunos argumentos y complementar con doctrina, así como la multicitada FIREL, las videoconferencias, E-TE-CE, E-TE-CE.

Y así, podríamos hacer alusión a tantas buenas manera de poner la tecnología de punta al servicio de tan buena profesión, como lo que recopila Saúl López Noriega en “Inteligencia artificial y… ¿el fin de los abogados?”. También, el amable lector podría servirse del complemento que nos proponen nuestros primos gachupines aquí. Y si se es más trucha y bilingüe, The Economist también ilustra otro panorama aquí. Panoramas que, por razones de espacio -y también de añoranza, debido a lo difícil que podría ser verlos aplicados en nuestro México- no es dable reproducirlos todos.

Adelanto: Hay muchas y muy buenas maneras de que las máquinas puedan ir sustituyendo paulatinamente a labores que, la verdad sea dicha, suponen un gasto de sueldo y de recursos humanos que bien podrían destinarse en otros caso… Como comprar más máquina o desarrollar más software.

Claro, no nos podemos subir al barco de lo tecnológico de sopetón, pero sí que cabe ir haciendo pequeñas concesiones y correr determinados riesgos, a seguir enquistados en un sistema que el mismo Ministro de la SCJN José Ramón Cossío señala con ojo avizor de los cánceres que va presentando “Los nuevos procesos civiles y familiares” consultable aquí.

Ojalá, que con todos los avances que nos podrá ofrecer la Ciencia, no sean proféticas las palabras que en un algún momento escribió Tomás Moro en su épica “Utopía”:

“quedan excluidos todos los abogados en Utopía, esos picapleitos de profesión, que llevan con habilidad las causas e interpretan sutilmente las leyes. Piensan, en efecto, que cada uno debe llevar su causa al juez y que ha de exponerle lo que contaría a su abogado. De esta manera, habrá menos complicaciones y aparecerá la verdad más claramente, ya que el que la expone no ha aprendido de su abogado el arte de camuflarla. Mientras tanto, el juez sopesará competentemente el asunto y dará la razón al pueblo sencillo frente a las calumnias de los pendencieros. Tales prácticas serían difíciles de observar en otros países, dado el cúmulo inverosímil de leyes tan complicadas.”

En conclusión… No es posible que una máquina sustituya por completo los enormes espacios que solo el intérprete humano puede entender, y menos cuando hace falta meter un poquito más el corazón (sí, sí tenemos corazón) en asuntos que por su naturaleza, solo una cabeza racional podrá ordenar en sus debidos compartimentos argumentativos y lograr asir los sentimientos del cliente, pero lo que sí se podrá hacer es evitar las rémoras y actividades que implican sudor y sueldos de los más absurdos e inútiles labores de mero trámite…

Verbigratia: En el litigio frecuentemente se tienen que hacer escalas de valores, y ver qué derecho prevalece sobre otro. Un típico caso que ya ha sido mencionado (aquí): el derecho de audiencia y las fotoinfracciones. ¿Se respeta? ¿La garantía de audiencia que da es suficiente? ¿la naturaleza de la infracción, justifica no dar derecho de audiencia (al menos de manera amplia)? ¿hay forma de dar un derecho de audiencia (de manera amplia), sin perder el fin último que busca las sanciones de tránsito? En este artículo no buscamos marcar postura (ya lo hicimos antes). Sólo hacer ver que la dinámica jurisdiccional, no se puede reducir a un fría aplicación de “se actualiza o no se actualiza”.

Seguimos con las escalas de valores necesarias en la vida diaria del litigio: No es posible analizar en abstracto dos valores. Hay muchos ingredientes a tomar en cuenta, que podrían exceder a la sensibilidad de una máquina (si es que la hay). Vamos a recurrir a otro sencillo ejemplo: Derecho a la libre manifestación, versus el libre tránsito: ¿Ambos derechos serían analizados de la misma manera en 1968, que hoy? No vamos a emitir juicio de valor. Sólo vamos a destacar que los ingredientes de 1968, son diferentes a los de este 2017. Y estamos escépticos de que esos ingredientes sociales, puedan ser percibidos, analizados y utilizados por un software.

Y así podemos continuar con más y más ejemplos, que resultaría ocioso reproducir. Y no, no tratamos de hacer una apología de esta profesión a manera de patadas de ahogado, sino que basta usar tan solo un poco el sentido común para darnos cuenta que el espíritu kelseniano ya debe ser expulsado de todas las aulas de la Facultad y de cualquier sentencia judicial, por lo absurdo que resultaría que la ley se aplicara e interpretada a raja-tabla.

En el magnífico prólogo que Luis Huete escribió con respecto al libro “Los próximos 30 años” de Álvaro González-Alorda, se lee: “El tiempo histórico que nos ha tocado vivir no puede ser más apasionante e interesante, se mire por donde se mire. La historia nos ha puesto por delante treinta años en los que se va a reconfigurar una parte sustancial de las instituciones de nuestra civilización y de los elementos de nuestro cultura. (…) Ya advirtió Maquiavelo en el siglo XV que no hay nada tan asimétrico como querer cambiar el orden de las cosas en la sociedad. Decía que aquellos que proponen un nuevo orden tienen la férrea oposición de los que les ha ido bien en el viejo y la tibia adhesión de los que les puede ir bien en el nuevo”.

Definitivamente, si hoy y ahora quienes desempeñamos la abogacía no empezamos a aplicarnos, pronto quedaremos sepultados bajo el apabullante mundo de papeles y prácticas decimonónicas, y seremos reemplazados por máquinas que redactan contratos cual línea de producción industrial, dejando de aportar algo a la Ciencia Jurídica, y peor todavía, reduciremos a escombros una de las profesiones más antiguas y con más importancia en la sociedad: el Derecho.

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2 Comentarios. Leave new

  • Mario Pérez
    25 junio, 2017 8:02 pm

    Qué buen artículo y qué buena iniciativa es ésta página! Felicidades y ojalá tenga mucho éxito para que sigan publicando artículos tan interesantes y al alcance de todos cómo un servidor que es Ingeniero. Saludos

    Responder

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