Piensos del Autor

Lo que mi papá me enseñó un día de esta semana

Hoy el descorbatado autor iba a escribir un artículo titulado “Querido Banco: te odio”. O algo así. En el cual iba a compartir ese deleite y la forma en que se ha logrado, combatir en tribunales a uno de los villanos favoritos de la sociedad actual: El banco y sus cargos no reconocidos.

Y lo que me detuvo, no fue el temor a que después de publicar el artículo, los bancos ya no me quisieran dar tarjetas de crédito, o servicio financiero alguno (nótese el autoestima y confianza en la difusión de nuestras publicaciones…). Sino que simplemente, no me nació. Hoy con la algarabía del día de padre, lo que me nació fue compartir en este espacio, lo que aprendí de mi papá un día de esta semana.

Y me voy a limitar a lo que aprendí de él en un día de esta semana, por dos motivos:

Manque suene cursi, todo lo que he aprendido de él no cabría ni en el nuevo hosting que acabamos de contratar, para nuestro remozado sitio.
Ese aprendizaje, alguna (mediana) relación tiene con el derecho. Lo que me da licencia para publicarlo en este espacio. Y necesito ese vínculo jurídico, porque este espacio no es del corazón (todavía, creo…).
Mi papá y yo estamos juntos en una negociación, que ha sido por demás desgastante y tensionante. A inicios de esta semana se tenía la esperanza de que el asunto iba a ser solucionado de una determinada manera. Pero esa esperanza se mermó, y derivado de ello se volvió indispensable orillar/convencer a la contraparte, a actuar de una determinada forma.

El descorbatado autor, es una personita que lleva rato lidiando/sobreviviendo en esta jungla de asfalto llamada tribunales (jungla que está llena de formalismos, trampas procesales, y mexicanos), Y en esta lidia/sobrevivencia, el autor ha perdido ha perdido muchas cosas. Entre ellas, la fe y esperanza de que los demás (aunque sea a veces) pueden actuar por voluntad propia, de manera correcta (sin dejar de apuntar que también se ha perdido cabello, hígado, bilis…).

Para lograr que la contraparte actuara de la manera en que deseamos, mi papá sugería  darle una parte significativa de lo que ella estaba exigiendo. Yo me negaba rotundamente. Producto de esa pérdida de fe y esperanza en que los demás actúen de manera correcta, le externaba a mi papá que darle a la contraparte lo que pedía, aunque fuera una parte, iba a ser que esta se echara en la hamaca, y lejos de hacer lo que pretendíamos, se quedara estática para seguir presionándonos.

Yo sugería hacerle ver a la otra parte el infierno de juicio al que se podía enfrentar, si no nos poníamos de acuerdo.

Mi papá sostenía apostáramos a la buena fe, y le diéramos parte de lo que pedía como muestra de compromiso de nuestra parte, para lograr que así se comprometiera con nosotros, e hiciera lo que pretendíamos.

Llegó el “día D”. Y desde luego, llegamos mi papá y yo en la línea de hacer lo que él proponía. Por la sencilla razón de que “organigrama manda”.

Nos sentamos mi papá y yo con la contraparte. Él empezó a exponer con ella el lado humano del tema que nos tenía confrontados a ambas partes. Y poco a poco la iba envolviendo… hasta que finalmente… dio la última estocada dándole a la contraparte parte de lo que ella pedía. No soy aficionado a la fiesta brava ni le sé. Pero por lo que he escuchado, lo que vi en esa mesa fue una excelente lidia.

Al finalizar la plática mi papá tenía a la contraparte conmovida por lo que escuchó, y comprometida por lo que recibió. Es decir, el coctel perfecto para que las cosas salieran como se pretendía, para resolver el tema.

Desde luego que al final le dije: “Carnal, tenías razón” (macro revelación en este espacio, así le digo a mi papá…)

Los Abogados somos un gremio muy particular. En el cual parece no nos bastan nuestros problemas, y nuestro modus vivendi es que los demás nos pasen sus problemas, con el ánimo de resolverlos. Y en el caso de los abogados litigantes, es peor. Porque los problemas nos llegan en etapa terminal. Ya que nadie cree en nadie, y no hay de otra que exponer el caso ante un tercero (juez o árbitro), para que éste decida lo conducente. Y este particular modus vivendi, nos complica creer que a veces las personas pueden tener como motivación para actuar, la intención de hacer lo correcto…

Desde luego que no no se debe exagerar. Ya lo dice los vendedores de bebidas espirituosas: el exceso es malo. O una fuente de conocimiento más seria: Don Efraín González Luna. Dicen que él decía, ninguna virtud debe de ser llevada al exceso, ni siquiera la templanza (lo cual me parece simpático, porque la templanza es la virtud de la moderación…¡plop!). Por ello no podemos caer en el extremo de navegar creyendo sólo en la buena fe de las personas. Al menos es un lujo que los Abogados no nos podemos dar.

Mientras escribo este artículo, empiezo a pensar que la verdadera enseñanza de mi papá no es “que vale la pena apostar a la buena fe”. Sino una más compleja: “en qué casos es dable, y de qué forma, apostar a la buena fe”.

Ahora con el freno que los tribunales norteamericanos han dado al veto migratorio de Trump, mucho se ha dicho que los abogados somos “el último frente”, “the last gate keepers”. Pero me parece eso es producto de lo que el Profesor Saúl López Noriega denomina “la caricaturesca autocomplacencia del trabajo intelectual de los abogados”.

El verdadero guardián de la última puerta, es el ánimo de hacer lo correcto. Porque si no hay esto, por más jueces, árbitros y abogados litigantes que existamos, nuestra sociedad no va a funcionar. Creo que este pienso es inequívoca señal, de que me estoy haciendo viejo…

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