El derecho a la eutanasia, ¿a quién protege?

Houston, tenemos un problema.

Apenas estoy recopilando ideas, datos, acomodando piensos, y ya tenemos un pobema: ¿De quién es el derecho a proteger en la eutanasia? ¿Del paciente, o de quien asiste a acelerar la muerte?

Por ventura para mi tema de investigación, pero por desventura para el español involucrado, en el país ibérico acaba de suceder un suicidio asistido que está motivando a hablar del tema objeto de mi #BoringAlert.

Ángel Hernández le dio de beber la muerte a su mujer, María José:

“A María José, enferma de esclerosis múltiple, le dolía demasiado la vida y no quería soportarla más: la vida no es intrínsecamente buena, la vida no es sagrada, la vida puede ser infernal”. Así lo narra el periódico El País en su artículo “Que nos dejen morir la muerte en paz”, el cual se puede leer AQUÍ.

Para evitar que su esposa siguiera sufriendo, Ángel asistió el suicidio de su mujer.

¿A quién protegería la legalización de la eutanasia? ¿De quién es el derecho humano que se busca proteger?

¿De María José? Para que María José le pueda decir a Ángel: Amor mío, dame de tomar pentobartibal sódico. Veneno que proporciona según dicen, una muerte dulce, un irse poco a poco entre las brumas, un evaporarse hacia la incertidumbre o la nada (así lo describe el ya citado artículo de El País).

Pero con o sin legalización de la eutanasia, María José podría pedirle a Ángel el pentobartibal sódico. El tema es que Ángel le haga caso…

Sin la legalización de la eutanasia, la forma de darle la vuelta al sufrimiento de María José, ¿hubiera sido que ella se levantara a prepararse el pentobartibal sódico, y se lo tomara solita? ¿Entonces cómo para qué me voy a desgarrar durante más de 300 páginas en mi investigación -no en este espacio, no se asusten- para alegar que la prohibición de la eutanasia viola derechos humanos?

Pues porque no en todos los casos el paciente está en las condiciones motrices como para conseguirse un pase de entrada con el Creador. Quiero pensar que así estaba la situación de María José. De ahí la necesidad de que Ángel le diera de beber la muerte dulce. O como Ramón Sampedro, el también español que víctima de una paraplejia, imploraba por la eutanasia (su caso se puede ver AQUÍ.)

Conclusiones a las que llego después de esta divagación:

  1. La posibilidad de que alguien se quite la vida solito no mata la trascendencia del tema objeto de investigación. Porque no siempre es posible que el paciente se quite la vida solito.
  2. Los beneficios que daría la legalización de la eutanasia vendrían como los pingüinos: de a dos por bolsita (jijiji):
    1. A una María José, que tiene el Derecho Humano de no seguir sufriendo, y pedir que le den de beber una muerte dulce.
    2. A un Ángel que puede acatar el deseo de María José sin temor de que se le impute un homicidio (no pierdo de vista que Ángel -hasta donde sabemos- no es médico, pero eso es harina de otro costal).

¿Qué derecho humano se le estaría protegiendo Ángel? Eso será tema de otro ladrillo de quinientas palabras.

A un Ángel que puede acatar el deseo de María José sin temor de que se le impute un homicidio (no pierdo de vista que Ángel -hasta donde sabemos- no es médico, pero eso es harina de otro costal).

¿Qué derecho humano se le estaría protegiendo Ángel? Eso será tema de otro ladrillo de quinientas palabras.

Tan tan.

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