Apto para público en general

¿Es ilegal decir tod@s?

El Abogado Sin Corbata está sintiendo un deleite muy similar, a cuando un papá o mamá le dice a su retoño: “te lo dije…”

Hace varias semanas, los Abogados Sin Corbata sacamos un artículo donde tuvimos la flamante idea de decir “niñxs” (ESTE artículo). Después de eso fuimos turbo atacados. Y algo que constántemente nos decían es: “No puedo creer que siendo abogados usen de esa manera el lenguaje”. Como si el “lenguaje” fuera un conjunto de normas que imperiosamente se deben de usar. Y que si un abogado usa mal el lenguaje, es como si nos pasáramos un alto, o violáramos de manera deliberada cualquier norma (lo cual desde luego, nunca pasa…).

A lo anterior, el Abogado Sin Corbata contestaba diciendo: “En efecto, tan somos abogados que te manejamos lo que viene siendo la teoría del Libre Desarrollo de la Personalidad (básicamente); y por ello, sabemos que cada quien puede hacer lo que quiera mientras no robes, no mates y pagues impuestos”. No tal cual, pero más o menos así define la Corte este cotorreo del “Libre Desarrollo de la Personalidad”.

Pues bien, la Suprema Corte de Justicia resolvió en definitiva un Amparo el cual deja en claro que (al menos en esta vez) los Abogados Sin Corbata estaban bien.

En ese Amparo se resolvió si eran Constitucionales o no varios Artículos de la Ley Federal de Telecomunicaciones. Y uno de los cuestionados, fue el 223. El cual señala nueve aspectos que “deberá propiciar” la programación que se difunda a través de radiodifusión o televisión y audio restringidos.

De la fracción I a la VIII, el Artículo señala varios aspectos “a propiciar”, respecto a los cuales la Corte dijo “va, llégale”. Como: desarrollo armónico de la niñez; difusión de valores artísticos, históricos y culturales; igualdad entre mujeres y hombres… Pero al llegar a la fracción IX, la Corte ya dijo: “Ei no”. Esta pecaminosa fracción dice: “El uso correcto del lenguaje”.

La Suprema Corte sostuvo que obligar a los concesionarios a “propiciar un uso correcto del lenguaje”, era un lineamiento “no justificado”, “excesivo” y que se podía convertir “en una puertota para censurar” (la Corte no dijo “puertota”, sino “abuso de controles oficiales”, pero esa es la idea…).

La sentencia que declara inconstitucional la fracción antes referida, puntualmente dice que “en una democracia no existen ortodoxias a protegerse legalmente”. ¿No está claro que no es ilegal no respetar un “purismo” del lenguaje? Más adelante la Corte señala que los Jueces no sólo tiene el deber de declarar la invalidez de medidas que directamente restringen la libertad de expresarse, sino también se deberá declarar la invalidez de todas aquellas medidas que indirectamente pongan obstáculos de manera injustificada a la difusión de ideas.

Y evidentemente, un obstáculo injustificado a la difusión de ideas pudiera ser: “Ei no, te vamos a censurar tu programa, porque tienes un letrero que dice tod@s”; y acorde a la Real Academia de la Lengua Española, es todos”.

La Corte señala que el Estado no es “autoridad lingüistica” (de hecho al Estado le toca darnos seguridad y ya… no fijarse cómo hablamos…). Y que el lenguaje no es un sistema normativo determinado por fuentes jurídicas de nuestro sistema constitucional. Y si se obliga a los concesionarios a hacer un “correcto uso del lenguaje”, estos se podrían inhibir a generar ciertos contenidos. Y los concesionarios pudieran llegar a considerar necesario que ciertos mensajes se transmitan en lenguaje irreverente, poco convencional, o incluso ofensivo para generar un impacto entre los interlocutores, y generar deliberación pública.

Es decir, lograr materializar eso que mi hermanita odia: “El Libre Mercado de Ideas” (creo odia esa expresión porque equipara “lo fogoso de las ideas”, a lo “frío del mercado”).

¿Y si estábamos tan seguros de nuestra postura lingüística, por qué se dejó de usar esa modalidad de lenguaje “incluyente”? Pues porque nos dimos cuenta que sí podía ser un poquito incómodo leernos… Y el amor por nuestra descorbatada audiencia, está primero que cualquier deseo de darle la contra a la Real Academia de la Lengua Española.

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